Una tregua

Hay veces cuando me acosa ese sentimiento estúpido de culpabilidad por no estar, incluidas las promesas no cumplidas hechas a mi madre después de muerta, suelo agarrar el camino de vuelta a casa, que a decir verdad tampoco es tan seguido, entonces llego y me lo encuentro.

Inclinado sobre el lavadero de cemento, afanado lavando los trastes que utilizó para su almuerzo…o quitando del suelo las hojas que se empeñan en caer de los arboles o acomodando una y otra vez las herramientas de ese cobertizo en el que solía guardar la leña que mi mami utilizaba para cocer su nixtamal.

Mantiene cerrada con llave la casa de mi infancia, aquella llena de camas apolilladas, roperos repletos de trapos y fotografías de antaño, una vieja maquina de cocer, incluidos títulos y agradecimientos resultado de nuestros logros escolares.

En la casa grande, solo mantiene impecable el pasillo que lo lleva de su recamara a la cocina, las habitaciones de nosotros las mantiene cerradas mientras no estemos. Lo demás, la sala, el comedor, la estancia se han convertido en centro de almacenaje, llenos de polvo y recuerdos de aquella que murió.

Cuando niña, recuerdo que en una revista de recortes que mi madre nos conseguía para hacer tareas, me llamo la atención la imagen de un tipo apuesto modelando un reloj lujoso, “Mira mami este señor es igualito a mi papa”,….. nada que ver,….. en efecto mi padre podría aparentar ser un figurín de los más apuestos que hubiera, mientras mantuviera la boca cerrada…nunca lo hacía.

De el aprendí el fino arte de joder a la gente con las frases más horrendas, nefastas, sin necesidad de decir groserías, también compartí su gusto en una glotonería extraña, esa de embadurnar la comida con mostaza, el gusto por la sardina y el placer exquisito de acabarme un frasco de aceitunas en una sentada.

Mis planes de toda la vida eran que….. después de que ella no estuviera, me iría para siempre… pero no lo hice… a pesar de su aparente calma,  la tristeza y el dolor se respiraban a su alrededor, así que decidí aplicarle unos trucos de psicología barata, al principio breves comentarios, alguna frase sin sentido “ Las plantas están marchitas”….  cualquier estupidez, hasta que Él empezó a contarme historias.

Los desayunos fugaces incomodos y con monosílabos, se convirtieron en desayunos de tres horas, y así empecé a saber quien era mi padre cuando pequeño, quienes fueron mis abuelos, los padres de mis abuelos en la época de la revolución, también se donde vivíamos y que estaba exactamente haciendo cuando yo nací.

Entre sidras de cereza y durazno mientras comparto de su humor oscuro e hiriente, nos reímos y hacemos planes, viajar a lugares lejanos a investigar más de nuestros ancestros, armar un árbol genealógico y … quien sabe, tal vez algún día saber quienes somos y de donde venimos.

Así es que……

Al final cambié mis planes de abandonarlo en su maldita esquizofrenia, tal vez porque..... lo que veo es lo que soy…. o en aras de un recuerdo bendito.

El de ella.